Por: Silvio Orta Cabrera
A punto estoy de irme de Cumaná por causa que podría juzgarse insólita, si no fuera porque me estoy refiriendo a una ciudad donde ya nada extraña. Llevo treinta años en ella. Aquí me trajeron el Golfo, el Manzanares, las playas de San Luis, su casco histórico, la seguridad y calma que caminaban sus calles, el atractivo de sus mujeres, la calidad musical, la chispa de sus pobladores y su intensa actividad cultural.
Aquí constituí familia. Cuanto poseo son los 70 metros cuadrados de nuestro apartamento, y los libros, la computadora, el ya mayor de edad equipo de sonido, vieja ropa y viejos zapatos (soy congelado profesor universitario), y varias cajas de Isordil por si acaso las coronarias. Sin embargo, a punto estoy de chao, pescao.
Y es que desde el sábado, más emocionado que Joaquincito con su Play Station, no pienso sino en comentar el más reciente libro de Rubi Guerra, Las formas del amor y otros cuentos, ganador del Premio Garmendia (junio, 2009), mandado a imprimir por la Casa Andrés Bello y terminado en la Fundación Imprenta de la Cultura, en Guarenas, (octubre, 2010)… y apenas en febrero, 2011, llegado en tan sólo diez ejemplares a Cumaná.
Mucho menos tiempo echaban desde Europa hasta Pto. Sucre las obras de los enciclopedistas en las naves de la Ilustración en el XVIII. ¡Ni al autor le han hecho llegar los que le corresponden! Vaya con la potencia cultural.
Estaría ahora leyendo el lector que Las formas… es el sexto libro de cuentos de Rubi Guerra, desde El avatar (1986)… Que incluye uno, titulado “La guerra”, que en los tuétanos me hizo sentir el pavor de la guerra, y otro que narra el efecto diverso que en la vida de una empleada de la fábrica de tabaco de los Cabrera, tuvo aquel día de 1929 cuando del Falke descendieron hombres que echaron y recibieron el plomo hereje en la Calle Larga. Y que el autor…
… pero ¿acaso cuando se comenta un libro, libremente apresado por él, el comentarista no sueña lectores que evalúen lo que de su contenido afirma o niega? ¿Acaso no aspira a incitar para el mismo libre aprisionamiento a otros diciéndoles, por ejemplo, que Las formas del amor registra el amor por las formas sin lo que no hay cuento…? Pero ¿adónde en Cumaná irían los añorados lectores en búsqueda de ese libro que hunde su esencia en lo cumanés esencial?
Igual sucede con el trabajo del historiador Emanuele Amodio, cuyo título La Casa de Sucre y su subtítulo “La vida en Cumaná a fines del siglo XVIII”, le gritan a cualquier empresa medianamente eficiente, privada o pública, adónde tampoco debe dejar de llegar esa obra.
No hay tu tía: Si ambos libros se hallaban este diciembre en San Fernando de Apure y otras ciudades, la conclusión es “elemental, mi querido Watson”. El país está enredado, pero ciertas redes se enredaron más en Cumaná. Tanto que para leer libros en que ella viva o a ella se refieran como que habrá que picar los cabos.
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