Por: Luis Martínez
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@luisjosemart
La política, en un alto porcentaje, se mueve por el pragmatismo y en ello va implícita la monotonía y la costumbre que conlleva a una tendencia de dejar las cosas más o menos como están. La invariabilidad de la gestión pública. Nos acostumbramos a gobernar bajo unos parámetros que se han venido repitiendo en el tiempo y de esa manera continuamos, sin producir un verdadero cambio.
Cuando en el país se han producidos movimientos de cambio que han generado enormes expectativas en la población, generalmente quienes se apropian del poder, barnizan su gestión pública en los primeros años y poco a poco, con el devenir del tiempo, la modorra y la costumbre terminan imponiéndose en las políticas públicas. No es extraño, entonces, oír en el común de la gente: esto es más de lo mismo.
Los primeros diez años de la democracia, después de la caída de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez se pueden contabilizar como: años de enorme productividad. Se masifico la educación. Se incorporo a grandes masas campesinas al disfrute de algunos beneficios de la nueva democracia. Posteriormente el pragmatismo político y los sueños de grandeza sin visión de futuro, dio inicio a la debacle que veinticinco años después, se produjo como consecuencia de consecutivos errores que colapsaron la democracia representativa que se había logrado. Timoratos cambios en la última década de la cuarta republica, como la descentralización, elección de gobernadores y alcaldes, no fueron suficientes para satisfacer los deseos del pueblo venezolano en pretender un cambio de mayor monta. Estas reformas no fueron suficientes para contener el empuje que, como exigencia nacional, ya se incubaba en los venezolanos. En esa época la modorra en transferir la educación y el poder judicial en algunas áreas; así como la pesadez burocrática en impulsar una profunda transformación de la constitución de la republica llevo, sin duda, a la debacle que posteriormente se produjo con el advenimiento de Hugo Chávez al poder.
Chávez llega al poder montado en la desesperanza de un pueblo deseoso de cambios y sobre ellos produjo una enorme ilusión que, aun hoy día, se mantiene en muchos venezolanos que apegada a ella, se niegan y se resisten a creer que ha fracasado. La contabilidad general en estos doce años, significa el más grande fraude que haya sufrido el pueblo venezolano en doscientos años de historia patria.
La caída de lo que ha pretendido ser un imperio, está muy cerca. Los valores democráticos al final se impondrán. Pero la preocupación mayor del pueblo venezolano está centrada en romper con la monotonía del estado, en dinamizar la gestión pública, imponer el imperio de la ley, restablecer las instituciones públicas al servicio de los ciudadanos, que el pueblo sienta equidad ante la ley e igualdad de oportunidades para su desarrollo personal y colectivo. Interpretar e impulsar esos deseos de cambio es la gran tarea. Y luego, establecer un verdadero estado federal y descentralizado será la gran tarea del futuro. Hay que romper con la modorra pública.
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