lunes, 7 de noviembre de 2011

Agenda de paz

Por: Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos en LUZ

Ningún régimen político debe estar dirigido por militares. Estos se forman para resguardar mediante el uso de las armas la integridad territorial de un país. Hasta ahí uno pudiera entender el estricto rol que tiene ese cuerpo armado. Otra función “tranquilizadora” es la de velar por los preceptos constitucionales que garantizan el pacto político de la nación entre todos sus integrantes sin asumir posiciones político/partidistas que interfieran en ello, o de parcializarse por alguna facción.

La ciudadanía de un país otorga el monopolio de la fuerza al componente militar bajo la presunción de que estos no van a utilizar esas mismas armas en atentar contra los civiles desarmados, o lo que es peor, aprovechándose de esa misma circunstancia, atentar contra el estado de derecho establecido, y mediante la violencia, asaltar el poder. De tamaña felonía abundan los ejemplos en la Historia, aquí y extramuros.

Las Fuerzas Armadas no deberían, dada la delicada naturaleza de su función, ser deliberantes ni tener participación política. Su profesionalismo y afecto ideológico estaría guiado en todo caso por toda una filosofía fundamentada en el uso de la no violencia, en el fomento de una cultura de la paz y en ser coparticipe de la convivencia ciudadana a través del más estricto respeto y cumplimiento de las leyes, reglamentos y normas.

La obsolescencia de la guerra, con toda su miseria y tragedia, hoy nos debería replantear aspectos medulares acerca de la Historia, la pertinencia de las Fuerzas Armadas y las manifestaciones de una violencia irracional como destructiva. La gran revolución humana, anticipada por las pequeñas y grandes religiones, asumen la “regla de oro” de una convivencia plena y virtuosa siguiendo el siguiente principio: "No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti".

De lo que se trata es de “curar los corazones envenenados” de los hombres, he ahí el gran reto en la Historia presente y futura. Para ello en nuestras escuelas habría que abolir todo intento de adoctrinamiento pre-militar y sustituirlo por “cátedras de paz” que estimulen una cultura cívica a favor del respeto y tolerancia del otro. Fomentar valores y principios cuyo epicentro sea el amor al prójimo, teniendo en la solidaridad y la vocación de servicio sus principales bazas.

Seguir alentando el armamentismo, el pretorianismo, el divisionismo, el odio social y el lenguaje marcial en tiempos para la paz y la construcción de una sociedad mejor, es un error que nos está saliendo caro, muy caro. Venezuela y sus habitantes hoy más que nunca requiere de una agenda de paz.

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