miércoles, 7 de diciembre de 2011
"Hestiario" y "La Soledad es lo ajeno", obras sucrenses
(Magdalena Rodríguez).- En el marco de la celebración del 496 aniversario de la fundación de Cumaná, ciudad primogénita del continente, se presentó en la Biblioteca Pública del estado Sucre “Armando Zuloaga” los libros “Hestiario” y “La soledad es lo ajeno” de los escritores Doris Poreda y Jorge Romero, quienes plasmaron en sus textos experiencias y vivencias que avivan su compromiso y arraigo con la ciudad mariscala y marinera de su cotidianidad.
En el bautizo de sus obras respectivas, los autores contaron con el apoyo solidario de la profesora de la UDO María Eugenia Gerra, del Cronista de la Ciudad, Dr. Ramón Badaracco y del profesor Luís Tovar, quienes les acompañaron en el presidium.
Igualmente animados por la solidaridad que se merecen estos dos intelectuales sucrenses, familiares, amigos e invitados especiales les brindaron sus aplausos satisfechos después de escuchar de la propia voz de los autores sus propuestas literarias: Una Doris con relatos y crónicas divertidas y un Jorge dándole tiempo a la rebeldía juvenil.
Hestiario…O de las ofrendas a la diosa Crisis
En Hestiario, Doris Poreda, recopiló una selección de textos aparecidos en publicaciones periódicas de la ciudad de Cumaná entre 1986 y 1996, que revelan un razonamiento sarcástico y humorístico sobre diversos temas relacionados con esta ciudad. Es a esta Cumaná tan cercana a los 500 años a la que la autora dedica su obra: “A la que puede ser bella. A la que puede ser amada. A la que puede ser una perla”.
Crónica de un golpe frustrado, Cuando el burro maneja, Nabil Babá y los 40 bolsas y Consejero Lisboa, digno y estimado amigo… formaron parte de algunos relatos que entre risas hizo reflexionar a más de uno del público. “…Es cierto que el río aún divide a la ciudad en dos parroquias y se llaman como entonces: Altagracia, la del mar; Santa Inés, la de la tierra. Sólo Dios sabe por cuanto tiempo más, puesto que las aguas que las separan languidecen a los ojos de todos y pronto no será más que un recuerdo en crónicas como la suya.
Este, llamado por Ud. “Jardín de Venezuela”, ha perdido a sus labradores de entonces, quedando tan sólo los “-dores”: tala.dores, sega-dores y cercena-dores. El mundo que aquí tan nuevo parecía, viejo se ha hecho como aquellos pescadores curtidos por el viento, la sal y el dolor de su carne. Envejecida, más no antigua, lacerada por los mercenarios del eterno carnaval está la ciudad que Ud. vio tan agradable y promisoria” (fragmentos del Consejero Lisboa).
La Soledad es lo ajeno
Cargado de existencialismo, desde la fuerza juvenil que posee, Jorge Romero, disparó contra todos: los medios informativos, sistema educativo, la familia, la juventud e ideales políticas, al considerarlos motivos que generan mucho escepticismo y un problema mayor como es la deseperanza entre las personas, dado el grado de confusión que reina en el seno de estas instituciones del sistema venezolano.
Profesional del derecho, Romero es un empecinado de las letras que encubren y descubren un mundo que habla del arraigo al mundo al cual pertenece, de allí que esta obra se la dedique a su abuela Lutecia Rangel de Romero “ejemplo de trabajo y honestidad”. Por eso, entonces insiste que una vía para encontrar solución a problemas actuales se entrecruzan con antepasados, hijos e inclusos visiones particulares que generen felicidad, tanto para sí como para todo un colectivo. Recordó aquella generación del 28 enfrentada a Gómez, de la cual formó parte Armando Zuluaga, la de más atrás, con Bolívar y Sucre y hasta la ancestral, con los chamanes y aborígenes.
Meditaciones sobre el exilio, olas migratorias por las razones que priven, despiertan un sentimiento de aislamiento y añoranza en el viajero o como reconociera a partir de su experiencia en España: “Estar acompañado, pero sentirse sólo”. Una gran verdad que alimenta y da origen al título del libro.
Sus escritos son lecturas de su verdadera vida. En El viaje, cuenta: “El virus del encuentro se hospeda en el vientre del autobús. Un pasajero enfermo escala la sombra de unos labios. Luego, el silencio herido, por donde derrama el tiempo. Dos niños piensan que el trayecto es corto, siempre corto: infinitamente corto.
Desde las costillas del asiento emerge un parque que desaparece con el sol, donde ancianos invisibles juegan entre las copas reumáticas de los árboles.
El edificio incompleto, con su traje de vidrio, me recibe.
Tan sólo su frente rota por inquietos lunares, nidos de lunares, sugiere la posibilidad de respirar dentro”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios aparecerán luego de ser revisados