Por: Amalio (Mayito) Solano
Que tiempos aquellos que hoy sólo quedan en las memorias de quienes los vivieron cuando en Irapa, sus calles de tierra amarilla sentían que el viento al soplar levantaba el polvo que hacía que las personas se taparan la cara con sus manos para evitar les cayeran en la vista. Esas calles como la del sector Colombia donde niños y niñas andaban descalzos, desnudos y otras veces en ropa interior.
Por estas calles los animales se paseaban tranquilamente como si estuvieran en el patio de sus casas. Así podíamos ver los perros, cochinos, gallos y gallinas. También al señor “Popoto” paseandos con su burro cuando se iba a trabajar por la mañana a la hacienda de los Rojas, conocida como “Vallecito”, y venía de regreso entre la una y las dos de la tarde montado o a pie detrás del animal que cargado con sus dos paquetes de hierba, era controlado por su dueño a través de un largo mecate amarrado desde el bozal.
En esta haciendo trabajaban personas llegadas de Río Caribe, Margarita y otros lugares, que luego se radicaban en el pueblo y formaban sus familias. Era costumbre escuchar el cacho que hacían sonar a la una de la tarde desde la casa ubicada en la hacienda al pasar el río. De esto se ocupaba el margariteño Secundino Millán, que era el mayordomo, conocido como “Cundido”. Los trabajadores que venido de otros pueblos se quedaban viviendo en la misma hacienda y era costumbre verlos salir los fines de semanas entre las dos y las tres de la tarde.
Para salir de la hacienda tenían que pasar por un “puente” de palo. Este era de alguna mata de coco caída que derramaban y luego lo atravesaban sobre el río. El “puente” duraba hasta que el río enfurecido crecía por tanta lluvia que le caía sobre su cabecera, y haciendo que sus aguas cristalinas se tornaran marrones se los llevara. De esos “puentes” hay mucho que contar.
Fueron muchas las personas que al pasar encima de el, caían al río como esos trabajadores que salían a disfrutar o a conquistar alguna mujer y al regresar a las siete de la noche (hora de entrada) con tantos tragos de cerveza o ron, caían al agua. Otros se quitaban los zapatos y se enrollaban los ruedos de los pantalones para no caer. Al que le iba mejor en la salida, llegaba a las ocho o nueve de la noche no más de allí.
En el ayer llegaban barcos al puerto y en ellos, turistas que iban a disfrutar de sus carnavales. En mi artículo titulado Irapa de ayer, hablo de esto y el amigo Reinaldo Delgado en su libro “Irapa en el Recuerdo…”, profundiza en el tema.
En aquel entonces existía la planta de gasoil para alumbrar al pueblo. El responsable de encenderla y apagarla era un señor de piel oscura, alto y flaco de ascendencia trinitaria conocido como Juan Jimí, quien vivía con la señora “Cataté” y no tuvieron hijos.
Al pasar los años el pueblo fue creciendo y se construyó la planta eléctrica. De esta se encargó Félix Fajardo hasta que llegó CADAFE y se hizo cargo de la electricidad en el pueblo y los campos. Las maquinarias quedaron allí y Félix Fajardo quedó viviendo en esa inmensa casa. Al separarse de su mujer con la que tuvo un hijo, se entregó a la bebida y esa casa era el refugio de los hombres que quedaban solos o querían transitar por el camino que conduce al alcoholismo.
A pesar de todo, allí no se escuchó peleas entre ellos. Si discutían cuando se tomaban su ron pero de allí no pasaban a pelearse. Estas personas no ofendían a nadie, respetaban hasta al más pequeño y era costumbres de ellos de irse a bañar al río, a las cinco de la tarde hacia la parte arriba conocida como “El paso de los hombres”. Mientras las mujeres cuando iban, se bañaban en la parte baja buscando hacia el “puente”.
Las maquinarias de la planta eléctrica se fueron deteriorando con el pasar de los años hasta que las vendieron por piezas a los compradores de chatarra. Los que había hecho de esta casa su casa, fueron muriendo.
Recuerdo haber escuchado a mi bisabuela Catalina hablar de los dibujos y pinturas que habían en esa inmensa pared de la planta eléctrica. Decía ella que al pintor de esos dibujos, Luis Villegas, el gobierno de Pérez Jiménez lo mando a llamar para que se fuera a Caracas y él tuvo miedo de irse porque lo podían meter preso ya que su familia pertenecía al partido Acción Democrática y a uno de ellos de nombre Jesús Villegas conocido como “Chuchú Loreta” , lo perseguían. Por eso no se fue.
Del ayer, lamentablemente no existe aquella hermosa casa de estilo antillano construida a finales del Siglo XIX en la esquina frente a la plaza de la Iglesia San José, entre la Calle Carabobo y Mariño.
Del ayer no ignoro que la gente se peleaba, que había una rivalidad entre los muchachos del sector Colombia y El Maco, porque los de aquí se creían mejores que los de allá o se pelean por una muchacha. Pero de llegar al extremo de querer acabar con la familia no. Eso no llegó a suceder. Y aquellos jóvenes que se peleaban superaron eso y todo quedó en el olvido. No existió más esa rivalidad por la sencilla razón de que no hubo muertos entre ellos.
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