Por: DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ
Existe una parte del alma criolla sobrevalorada que nos ha hecho pensar que un modesto país como Venezuela, de apenas 30 millones de habitantes y con casi un millón de kilómetros cuadrados de territorio, puede aspirar a la grandeza de una Potencia. Sobre un recuerdo deformado nos repetimos una y otra vez que la Patria de Bolívar liberó cinco naciones y acabó con el formidable Imperio Hispano hace doscientos años atrás. Esto último hay que matizarlo, como prácticamente todas las cosas. Ni Bolívar anduvo sólo y esa supuesta grandeza se evaporó ya en el aciago año de 1830 con la muerte del caraqueño y el fin de la Gran Colombia.
Desde entonces, y ante un presente infeliz, hemos apelado al discurso compensatorio que nos disculpa de todas las improvisaciones acumuladas, hasta posar nuestro acendrado orgullo en un pasado glorioso siempre redivivo y exculpatorio de todas las calamidades esas que descarnadamente nos desnudan como un pequeño país cuyo atraso es proverbial.
El siglo XIX fue la confirmación de una continuidad de logros imposibles, de la persistencia del fracaso de la mano de una violencia primitiva. Nuestro mundo rural terminó siendo una economía de puerto al servicio de las Casas Extranjeras, que a sabiendas de nuestra fragilidad, supieron beneficiarse.
Esta historia da un sorpresivo viraje cuando en Mene Grande, en la Costa Oriental del Lago, en el lugar que se conoce como Cerro La Estrella, se activó el Zumaque I en el año 1914, dando inicio formal a la producción petrolera en Venezuela. Con el Barroso II en 1922 se confirma todo el potencial petrolero del país teniendo como asiento de esa producción al Estado Zulia alrededor de la cuenca del Lago de Maracaibo. El crudo que se obtiene es uno de los mejores del mundo: liviano y a poca profundidad.
De repente, dirigencia y pueblo, apelaron a una especie de “Destino Manifiesto” criollo bajo inspiración de Bolívar, Dios laico tutelar de todos los venezolanos, para una vez más desarrollar la arrogante idea de que Venezuela podría ser la Potencia de una América Latina condenada a los infiernos.
Juan Vicente Gómez (1857-1935), fue el primero en comprender que a través del oro negro, el Estado mimetizado con el Gobierno, tendría las posibilidades de controlar el poder político de una forma ilimitada y sin los modernos contrapesos institucionales. El Petróleo empezó siendo una especie de riqueza inagotable, aún siendo las compañías extranjeras, quienes se aprovecharon de su explotación y comercialización, en ésta primera etapa.
Venezuela de país pobre, violento, rural y desarticulado empezó a transitar el camino del urbanismo, la prosperidad, la paz y una industrialización fuera de todos los pronósticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios aparecerán luego de ser revisados