lunes, 13 de agosto de 2012

Opinión: Democracia, disciplina social y educación

Por: DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ

Para Jorge Eduardo

No hace falta ser un observador promedio para constatar lo que Weber y tantos otros buenos sociólogos han establecido en torno a la “disciplina social” y su estrecha relación con la prosperidad económico/social de los habitantes de un país dado.

Sigue causando asombro la reconstrucción europea luego de los estragos producidos en la II Guerra Mundial (1939-1945), y sobre todo, llaman particularmente la atención, la rápida recuperación de una Italia, Alemania y Japón, países derrotados y con sus fuerzas productivas colapsadas. En cinco décadas estos tres países lograron dar un salto histórico tremendo que les ubican hoy entre las veinte economías más prosperas del planeta. Pareciera que la tragedia y derrota se convirtiese en el principal acicate para salir del estancamiento.

En realidad el éxito de estos países prósperos se debe a una mentalidad y cultura alrededor de la laboriosidad, y el respeto más irrestricto, a unas normas de convivencia fundadas en el engrandecimiento nacional. La ley rige por igual para todos y los personalismos son atajados por instituciones sólidas. Se ha logrado un equilibrio bastante meritorio entre el respeto a la iniciativa (libertad) individual y el esfuerzo colectivo del grupo (lo público).

Desde muy temprano y desde la escuela, al niño y joven, se le ofrecen una educación fundada en valores más que en los conocimientos propiamente en sí. Los maestros se asumen en líderes espirituales y en estimulantes modelos de superación hacia el éxito. Todos importan, todos cuentan. Los niveles de la deserción escolar son mínimos y la remuneración y capacitación de los educadores llegan a ser de las más altas.

Está demostrado que la inteligencia es fundamental para cualquier logro al que se aspire, aunque sin voluntad, trabajo, disciplina y rigor, la meta se vuelve esquiva. El genio produce su obra sudando y no por suerte. Mientras más educados y cultos sean los habitantes de una sociedad más posibilidades habrá para tener una convivencia mejor.

Nuestro espíritu caribeño hace del venezolano un ser dado al hedonismo y la fiesta. Es como si la gran mayoría de los venezolanos hubiésemos leído el Eclesiastés y una de sus más crudas sentencias: "Sin sentido! Sin sentido!" dice el Maestro. "Nada tiene sentido". Y ante la fragilidad del destino humano, no paramos, en forma de inconsciente colectivo, de una francachela a otra.  No obstante, el costo de ésta actitud, está a la vista de todos: empobrecimiento social y convivencia ruinosa convalidada por uno de los desempeños sociales más deficientes de la historia contemporánea actual. Y con todo, el venezolano promedio, es trabajador.  ¿Qué ocurre entonces? Que el esfuerzo que se hace es disperso, intermitente, y la meta social colectiva, termina siendo difusa. Los niveles de ahorro y previsión, siguen siendo muy bajos, y la elite gobernante no ha estado a la altura de las circunstancias. Con todo, bastaría con profundizar en la Democracia a través de comportamientos más disciplinados, e invertir en una educación de calidad. Las experiencias exitosas de otros pueblos y países pueden ser asumidas sin menoscabo de nuestra idiosincrasia, con todo lo bueno y lo malo, que hay en ella.

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