De: Amalio (Mayito) Solano
Aquella mañana del día jueves los vecinos del sector Altamira, jamás sospecharon que sus oídos pudieran escuchar a tempranas horas los gritos de su vecina, pero no acudieron a su auxilio ya que decían que entre pelea de parejas no se metían porque salían perdiendo. Es un dicho bien claro como las aguas cristalinas, pero que a veces también necesitan que las ayuden a conseguir sus transparencias, porque a alguien se le ocurrió enturbiarlas.
Eran las siete, el sol alumbraba las calles de asfalto y su luz se confundía con la del color de tierra donde se encuentra la pequeña barraca de madera y zinc de Argelia. Detrás de esta barraca que más bien tiene aspecto de un cubo, parece que saliera del matorral mientras una mata de coco en frente muestra su descuido y tristeza.
Argelia en ese momento no esperaba al hombre que por años le estaba amargando la vida. Y allí en su pequeño y humilde hogar se encontraba con cinco de sus siete hijos tal vez pensando “¿qué será de ellos sin padre?”. La mujer hacía tiempo que había manifestado dejar a su marido y no seguir aguantándole el maltrato físico y verbal a que él la tenía sometida. Ella, una tarde se lo dijo y al pasar los días, Cruz sentía que las palabras de su mujer hacían mella en él, entonces comenzó a pensar que Argelia tendría algún pretendiente. Los celos se fueron apoderando de sus neuronas que fácilmente acumularon esa idea de acabar con la vida de la madre de sus hijos.
El hombre que ya tenía en su mente lo que esa mañana haría, obligó a todos los niños a que se dirigieran hasta el río porque tenía que conversar con su mamá y ellos no podían estar presentes. Los niños obedecieron, pero se fueron pensando que algo le podía suceder a su madre, por eso les comunicaron a dos de sus hermanos mayores que ya había salido.
Argelia Villalba no se percató que la muerte le estaba rondando la barraca, hasta que después de la discusión acalorada con el marido que luego de golpearla tomó una soga e imponiendo su fuerza se la colocó en el cuello y haciendo presión, sólo la soltó cuando la vio inerte en el piso de cemento para entonces darse a la fuga. No se equivocaron los infantes de lo que llegaron a presumir. Y cuando uno de los hermanos mayores que se encontraba en el río pescando llegó a la barraca, encontró lo que nunca en su vida quiso ver, su madre yacía muerta en el piso del único cuarto que los albergaba.
El joven que con lágrimas en sus ojos no podía creer lo que estaba mirando, le dijo a su amigo con quien andaba: “¡Ya no puedo más llave, ya no puedo más!”
Su amigo lo consolaba y también sintió que sus ojos se humedecían al ver a su amigo de infancia llorando la muerte de su madre.
Los niños cuando supieron la desagradable noticia, llegaron corriendo y al ver a su madre muerta con una soga en el cuello, sus llantos les partieron el alma a los vecinos que se encontraban presentes y comenzaron a limpiar sus rostros que sentían algunas lágrimas bajar y dejarles huellas de resentimientos por no haber acudido al llamado de
auxilio que les hacía ella. Ahora la miran con sus ojos cerrados, tendida en forma decúbito lateral derecho y con su frío envuelta en sus 38 años que duró su vida dejando huérfanos a quienes más necesitaban de ella, sus hijos. Ellos, los jovencitos sin camisa y en pantalón corto hasta las rodillas eran consolados por unos jóvenes, mientras al frente de la pequeña barraca se aglomeraban las mujeres para presenciar lo ocurrido, lo que entre ellos alguna vez comentarían que algún día habría de suceder por el comportamiento del marido de la infortunada mujer.
¿Quién se podía imaginar que la madre después de echarles la bendición a sus hijos, sería la última que ellos recibirían de ella? Y allí en su habitación con paredes de zinc pintado de amarillo y marrón; una cama con un colchón con manchas color crema, un ventilador y una esponja grande tal vez la que usaban para dormir, la encontraron sin signo vitales cubierta con unas sábanas de color amarillo, azul y la otra de color marrón claro.
Los tres primeros hijos mayores no son del hombre que ahora se convirtió en asesino de la mujer con quien había procreado siete niños. Eglys quien era amiga de la hoy fallecida, comentó: “Argelia le tenía pánico a Cruz, quien también es conocido con el remoquete de Payara. Aquí todos estaban enterados de los maltratos a lo que era sometida”.
Aseguró Eglys que ella la llegó a aconsejar para que se fuera de aquí, ya que su familia estaba decidida a ayudarla. Mientras otras personas comentaban que “Payara” es un bebedor de licor y drogadicto que no dejaba de maltratarla y quitarle lo poco que conseguía para alimentar a sus hijos.
Entre las mujeres se encontraban la señora Liliana quien es miembro del Consejo Comunal Batalla 11 de Abril del barrio Altamira, y lamentándose de lo sucedido agregó: “Ciertamente, no la dejaba tranquila y cuando iba a cobrar la pensión Madre del Barrio, le quitaba el dinero y la seguía a todos lados”.
En la barraca o rancho como también se le conoce a este tipo de vivienda, los niños no dejaban de llorar y al salir afuera, al menor de ellos se le oyó decir: “Mi papá la mató”.
Cruz Sarmiento de 43 años está prófugo, anda huyendo de las autoridades policiales que no han dado con su paradero. Los hijos mayores de Argelia y familiares esperan que el criminal pueda ser capturado para que sea llevado a la cárcel y pague por su crimen cometido.
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