Por: DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
Sin ánimos de filosofar, aunque intentando ser un poco provocador, y vista la “historia universal de la infamia” cuyo protagonista es el hombre y su obra, aunque no toda, pero si la más visible: la destrucción. Habría que decir que Dios se equivocó al hacernos tan imperfectos y brutales, y que nunca debió expulsarnos del Paraíso, una verdadera cárcel feliz.
Al permitir las andanzas de unos cuantos Calígulas e innombrables se mal puso y desacreditó a su principal obra: el hombre. La omnisciencia de Dios, el plan divino que nos estaba predestinado a los hombres, sufrió un tremendo atasco luego que éste decidió rebelarse a través de la desobediencia y entrar en el pecado. Y aquí es Eva, y no tanto Adán, la que se mostró díscola y rebelde retando al Creador. Adán, pasa más bien por un pusilánime y débil incapaz de anteponerse a su mujer, que no hay dudas, era la que llevaba la voz cantante en esa relación.
Esa fractura inicial entre el pacto de Dios y el hombre nos condenó a vivir en el laberinto del misterio junto a la gran incertidumbre de las decisiones morales, y sobre todo, bajo la angustia existencial de la finitud: “Somos tiempo que pasa y tiempo que muere”.
Dios dejó al hombre prácticamente sólo y le manifestó que para redimirse y salvarse debería optar por el bien y la decencia. Con todo, y esto es un manifiesto de fe: Dios nos acompaña desde su silencio y nos ofrece su confianza. Esa libertad muchas veces se ejerce sin responsabilidad, y bajo un constante atentado despiadado hacia el prójimo contraviniendo a cada rato esa esperanza por una nueva humanidad. La paradoja lo es todo. “La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia” (Borges).
Todo lo anterior viene al caso por un reciente video difundido en las redes sociales: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=nZGhzkeA5LE
En ese testimonio, sobre lo inmediato, un grupo de “rebeldes” sirios decapitan a un sacerdote católico, Francois Murad, franciscano de 49 años, por la sospecha de ser partidario del régimen de Bashar Asad. Si yo antes pudiese haber sentido alguna muestra de simpatía por estos “rebeldes” barbados, hijos de Alá, en su lucha contra el déspota de turno, hoy, lo único que me merecen es un completo repudio y desprecio.
Ya había leído por ahí acerca de la facilidad en el intercambio de roles, entre verdugo y víctima, ya bien sabía, que la historia humana giraba en torno a una matazón indiscriminada y fanática. Sólo que no es lo mismo, referirla de lejos y aséptica, que cuando te la presentan como espectáculo y sin pudor: “Con un pequeño cuchillo, se produce la decapitación ante la atenta mirada de un centenar de personas que graban la escena con sus celulares”. La muerte ya ni siquiera asusta y deviene en circo.
El concepto del perdón, centro medular de todo el catolicismo, no se puede ejercer sin la requerida justicia, ya sea humana como divina. Dios el misericordioso pudiera devenir en Dios el impaciente ante un horror humano que no remite, y bastaría con un chasquido de sus dedos, para acabar con el entuerto. Que Dios nos salve y tenga compasión por nuestra adicción hacia la maldad.
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