Por: Yonny Galindo
Mañana celebra nuestra Cumaná 498 años. El mejor regalo que le podemos hacer es empezar a verla como recurso potencial de conocimiento y aprendizaje para sus habitantes.
Con sólo tenerle esa mirada es suficiente para emprender acciones que hagan posible transformarla, toda vez que la ciudad no es solo un fenómeno espacial y físico, también es un espacio donde se producen infinidad de interacciones y relaciones entre sus habitantes y, también, entre su gente y todo su urbanismo, incluyendo monumentos históricos, geografía, calles, plazas, etc.
El potencial educativo de Cumaná se puede ver en su historia primigenia, la de sus primeros pobladores, la de la conquista, la de la colonia, la de la República; en su geografía marina y fluvial; en su visual del golfo de Cariaco; en sus monumentos históricos; en sus patrimonios construidos y patrimonios intangibles y vivientes; en sus artistas, maestros, cultores populares; en fin, es entender que todo lo que tenga asiento en este territorio es potencialmente educativo y podemos convertirlo en agentes pedagógicos que hagan de Cumaná un ciudad educadora.
Ahora, eso implica también que nuestro gobierno local planifique sus políticas públicas en clave pedagógica, junto con sus habitantes, que haga posible una conjunción de voluntades para la participación ciudadana y la planificación colectiva.
Eso potenciaría a la ciudad como escenario educativo, fuente de recursos humanos y materiales para un laboratorio de aplicación de nuevos saberes que los convertirían en modelos de urbanismo referentes de todos sus pobladores. Cada cumanés sería, entonces, agente dinámico y transformador de su propio espacio; cultivador de los modales de comportamiento y relacionamiento que propicien la buena vida en comunidad.
El mayor potencial educativo de toda ciudad está en su gente, de hecho el gentilicio lleva consigo el legado histórico de cada habitante que ha nacido y vivido en su tierra.
Cada “maruto” enterrado en esta querida Cumaná tiene que tener una carga genética de cumanidad que nos muestra, nos fenomenaliza ante los demás venezolanos de otras tierras. Y si una de las cosas que tenemos que regalarle también a Cumaná es el orgullo de ser cumanés; arraigados a ella podemos amarla más. Educación y amor, anótenlo y vayan buscándolos.
Si convertimos a Cumaná en el lugar donde sepamos convivir con respeto a los derechos del otro, con apego a su Manzanares, que desde hace tiempo somos nosotros lo que no lo estamos dejando pasar a él, estaríamos haciendo de ella una ciudad educadora, donde su gente trabajaría con voluntad de servicio al propio y a quien nos visita, porque es en el ámbito humano donde tenemos que tener mayor potencial educativo.
Cada cumanés, en su versatilidad, tiene diferentes roles que bien puede cumplir para convertirse en agente educativo, desde su casa, su calle, el barrio, trabajo, escuela.
En todos y cada uno de los espacios donde hacemos vida hay siempre posibilidades de intercambiar experiencias de convivir, de cuidar, de respetar, de incluir, de aceptar, que nos van convirtiendo en referente educativo de la ciudad.
El medio urbano cumanés presenta un abanico de iniciativas educadoras de origen, intencionalidad y responsabilidad. La UDO, desde su “Cerro Colorado”, es una de sus instituciones que de origen, esencia y razón de ser entra en esas iniciativas de darle “luces” a la ciudad, y que por fin, de verdad, cumpla con su leit motiv, para que, de su blanda empinadura, baje a la consistente Cumaná que, agónicamente, siempre la ha esperado. Sus empresarios, siempre en deudas con su ciudad, espera, ella, también de sus iniciativas.
Ellos, bien que pueden ser, importantes agentes educativos.
Cumaná espera por nuestros regalos, no la dejemos esperando.
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