jueves, 23 de agosto de 2012

Opinión: Naufragio en silencio

De: Amalio (Mayito) Solano

Es el titulo de un escrito del paisano Jesús Nessi Velásquez, que nos lleva a comprender por qué hay quienes andamos “escalando vacíos de sombras” y mirando en la oscuridad de nuestros ojos cerrados esas noches colmadas de luces, pero llenas de penurias donde “muere el sol enterrado en el estiércol de los humanos”. Su escrito nos recuerda sin él querer llevarnos hasta allá, el 11 de septiembre de 2011, cuando los habitantes de Irapa vivieron esa tragedia imborrable de la mente de los niños, niñas, jóvenes y adultos cuando vieron pasearse las aguas enfurecidas del Río El Chuare, por las calles de la ciudad hasta la iglesia, casa de Dios donde habita San José con su esposa María y su hijo Jesús.

Naufragio en Silencio nos habla de “lágrimas de dolor y sangre derramadas en las pérfidas escaleras de la esperanza”. Y es que el paisano Nessi lleva al lector a inmiscuirse en esas lágrimas, lágrimas de madre que junto al dolor que le han podido causar, podemos imaginarlas brotando de su noble corazón reclamando la presencia viva de ese hijo que ha perdido por medio de las balas de un malhechor, que dejando los cuadernos y los libros a un lado para no seguir los estudios, prefirió desviarse del camino del bien para andar por los caminos oscuros de la noche sin luna y sin estrellas.

Pero no sólo sucede esto en ese pueblo anclado frente al mar del que hablaban maravillas los visitantes. Esto también sucede en otros pueblos y ciudades donde los nativos se van en busca de una mejor vida y se consiguen con personas que han dejado se ser buenas para convertirse en personas que haciendo sufrir a sus semejantes, se alegran y son felices infringiéndoles sus puñaladas.

Personas nativas en aquella tierra cargada de historia que todos debemos conocer, que aun guarda las huellas de la niñez y juventud frente a las aguas del Golfo Triste; que un día por algún motivo la dejaron sola para ir en busca de una vida mejor, también han conocido y conocieron el infortunio y la maldad de otros seres al extremo que los han traído sus familiares en ataúd de vuelta al pueblo que los vio nacer, Irapa.

Lo que dice el autor de “Naufragio en Silencio” es para reflexionar, no hay dudas. Pero tenemos que hacernos unas preguntas. ¿Qué hacemos los padres y las madres para contribuir con ese “Poder despiadado…” del cual nos habla el amigo Nessi? ¿Qué estamos haciendo para que no existan noches donde los jóvenes inmersos en las drogas no asesinen al amigo, al vecino, al desconocido? ¿Qué hemos hecho para que nuestros hijos no amanezcan encerrados en un calabozo? ¿Qué hemos hecho para no verlos dormidos sin respiros en una morgue? Y ¿Qué hemos de hacer para que nuestros hijos sean hombres y mujeres de bien?

No debemos ser consentidores de ellos, permitiéndoles llevar a casa cosas que no les hemos podido comprar. Al permitirles esas cosas, estamos creando sin querer un malandro, un drogadicto. En nuestras manos está el poder de hacer de ellos hombres y mujeres de bien, para no naufragar en nuestro propio silencio donde ellos se ven protegidos, como cuando vemos a un árbol protegiendo con su sombra al hombre trabajador que decide huir de los inclementes rayos del sol.

En Naufragio de Silencio, encontramos que los “ríos de brazos alzados hacia el cielo” imploran por “la ceguera que ocasiona la muerte”, como lo hacen los ramajes de los

grandes árboles, que no han dejado de pedir al celeste azul de los cielos, para que cesen las muertes de inocentes; para que se termine la rencilla entre bandas y no sigan muriendo jóvenes a causa de las armas en poder de los delincuentes y drogadictos.

Esos ramajes también han implorado al Dios Todo Poderoso su intersección para que el sol de cada amanecer brille en la mente de quienes han perdido el rumbo en las horas del día y la noche deambulando por las calles en busca de una víctima. Nada les importa sembrar el terror en las personas que se atreven a denunciarlos.

Son ellos, los que desafiando a las autoridades usan sus pistolas en cualquier momento para hacer disparos; para no dejar dormir por las noches a la población que se acuesta cansada del trabajo del día a día. Y son ellos los que dejando escapar bocanadas de humo producido por los grandes tabacos que se fuman, parecieran estar leyéndolos, buscando encontrar la lectura que les diga que van a ser capturados por los cuerpos policiales y así poder escapar.

Esas personas que venden la droga, que dañan a los menores, jóvenes y adultos, no naufragan en el silencio. Es allí, en ese silencio de sus padres que ellos van sembrando en su cuerpo y en el de los demás que la consumen, la vejez prematura que los hace perderse en sus sueños de fantasías, y se creen volar como aves libres en el espacio marino; creen sentirse poderosos y no se dan cuenta que se van hundiendo como el lodo bajo las aguas del mar que alguna vez supo de su inocencia de niño cuando fueron a bañarse y jugaron con sus olas.

Si ellos se dieran cuenta, si pudieran despertar de ese letargo al que los lleva el consumo de las drogas y la brisa los estremece al soplar sobre sus cuerpos; si sus padres se detuvieran a contemplarles sus rostros, se darían cuenta como la maldita hierva los va acabando, serían los primeros en buscarles ayuda para solucionar ese grave problema. Pero no, los apoyan. Es por eso que están naufragando en el silencio. Y al naufragar sin tener quien los ayude, se cerraran sus ojos. Entonces “Jamás despertaran para oír los clarines de la alborada”, como dijo en su escrito el paisano Nessi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios aparecerán luego de ser revisados