miércoles, 10 de febrero de 2016

Opinión: Crónica de una ciudad sedienta

Por:  Jesús Alberto Castillo

 El reloj marca las 12 del mediodía. El sol marigüitense arrecia con fuerza en la piel de la gente que busca desesperada un poco de agua. Carruchas improvisadas, vehículos con envases de todo tipo y algunos camiones cisternas marcan la dantesca escena en una ciudad con más de tres semanas sin una gota de agua. El llenadero, en las cercanías de Golindano, se convierte en una especie de mercado persa donde cada quien busca el vital líquido para saciar su sed. Dirigentes sociales van y vienen. Reclamos salen por doquier y el estoico Luis Fajardo, responsable de la distribución del agua, trata de dar respuesta con los pocos recursos que cuenta. Su valentía y mística son reconocidas por todos, al disponer solo de dos cisternas que no descansan por las diversas calles y vías del municipio Bolívar.

En ese candente ambiente llegué al llenadero para surtir de agua a Cocalitos, la comunidad donde vivo. Fui en compañía de dos vecinas valientes, las hermanas Indriago, cansadas de no recibir respuestas de las autoridades competentes, al igual que todos los habitantes de Marigüitar. Nos hicimos presentes y hablamos con Luis Fajardo sobre la grave situación. El buen funcionario justificó el incumplimiento del cronograma de distribución de agua. Cocalitos debió surtirse tres días atrás. Nuestra firmeza logró el objetivo. Seis horas después nos proporcionaron los dos cisternas de la alcaldía. Teníamos que surtir 423 viviendas, a mil litros cada una. Los dirigentes del consejo comunal y los vecinos se organizaron estupendamente. Pasaron más de 24 horas orientando los dos cisternas para cumplir con la misión. Los valientes choferes Carlos Flores y Alexis Bolívar, con sus acompañantes Raúl y Lilo, dieron todo de sí. Pasaron toda la noche sin dormir. Un bello ejemplo de mística y solidaridad.

Mientras la jornada se realizaba, los voceros del consejo comunal “Brisas de Cocalitos” hacían su labor. Melvis Zapata y Otilia Dimas preparaban café y monitoreaban la atención a los choferes. Pasaron la noche sin dormir. De vez en cuando iban al llenadero para asistirme. Allí permanecí 24 horas sin dormir, pendiente de la distribución del agua. Angélica Lanza iba de calle en calle atendiendo el suministro. Robert Yéndiz y Angito Zapata se esmeraban en garantizar los mil litros por casa. Trepaban los techos para llenar los respectivos tanques, mientras otros vecinos sacaban los pipotes para ser llenados. Una titánica tarea que mostró la solidaridad y el trabajo en equipo de la comunidad. Vallita Indriago, Jazmín Cortés, Eduardo “Guaro” Maicán y Paúl se convirtieron en héroes anónimos. Dieron todo de sí. Mostraron la voluntad de un pueblo que se niega a morir. En fin, todo Cocalitos respondió. La jornada se cumplió con éxito, a pesar de algunos inconvenientes propios de la dinámica social.

Transcurren los días. Las horas no se detienen y la ciudad sigue hundida en el vía crucis. Sus habitantes hacen milagros para llevar algunas cantidades de agua. Por ahora, no se visualiza la solución del problema, es decir, el restablecimiento de la Estación Punta Baja con sus equipos. La ciudad sigue sedienta. La frustración contagia cada rincón del municipio Bolívar. El alcalde Sañelo da la pelea y trata de salir de esta nueva prueba a cómo de lugar. La gobernación e Hidrocaribe lo dejaron solo con el problema, salvo algunos choferes de cisternas privados que tratan de amainar la situación, aunque tengan que cobrar por el preciado líquido. Marigüitar sigue luchando con todas las adversidades. Pero no se detendrá y dejará sentado, una vez más, que cuando un pueblo se une no hay obstáculo que no pueda vencer. Después de la tempestad viene la calma.

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