martes, 5 de abril de 2011

Yonny Galindo/"La familia cristiana en el mundo de hoy"

Por Yonny Galindo Marín
yonnydg@gmail.com

Hoy cedo mi espacio y mi palabra a Juan Pablo II, quien será beatificado el próximo 1º de mayo por su sucesor Benedicto XVI. Su exhortación apostólica “Familiaris consortio”, en sus capítulos 36 y 37, es la que le transcribo. A continuación, lo estará usted leyendo a él; y si logra, por la Gracia de Dios, seguir esto a pie juntilla estará cumpliendo la misión de toda familia cristiana.

La familia es la primera escuela de las virtudes sociales que todas las sociedades necesitan. El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de las relaciones de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.

Por encima de estas características no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor.

Aún en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene.

En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismos y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respecto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido verdadero del amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados. La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre diversas generaciones que conviven en la familia.

La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.

La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque la vive y la interpreta de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona-cuerpo-sentimiento y espíritu, y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor.

¡Qué así sea¡

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