De: Amalio (Mayito) Solano
Aquella mañana del día 18 de enero de 2013, Ciudad Guayana amaneció con un sol radiante. El ambiente como en todas las mañanas estaba impregnado por el olor a monóxido de carbono de los carros y autobuses que se dirigen a las empresas básicas. Transcurridas las horas en busca de la tarde bajo ese sol que arde en esta ciudad, un niño de apenas 8 años y de nombre Jhonathan, residenciado en la carrera 17 de Primero de Mayo, en San Félix, vivía su inocencia como aquellos niño o niñas alegres que practican algún deporte, o realizan otras actividades que los llevan a ser jóvenes de bien que dejan huellas positivas en la vida.
Aquel niño dejó una hermanita de 2 añitos con quien jugaba después de hacer sus tareas. Y ese día viernes ante la tragedia sucedida, bajo sus alitas de angelita consentida de sus progenitores, se escondía la verdad de un hecho que nunca debió suceder. El niño Jhonathan antes de almorzar, realizó sus tareas como de costumbre y su madre lo esperó para almorzar con él. El padre y la niña ya habían disfrutado de su almuerzo.
En su casa las agujas del reloj no paraban de dar vueltas, seguían su rumbo con un tic tac silencioso que salía dentro de la esfera, pero que sólo se percibía en la imaginación. Llegada la una de la tarde el niño decidió ir a tomar agua, pero esta decisión lo llevó más allá de la nevera. En el porche de la casa reinaba la soledad mientras que en un cuarto depósito de la casa yacía su cuerpo bañado en sangre. Su madre Yanitza López no podía creer lo que estaba viendo después de haber pasado por el lado de su hijo en su búsqueda cuando escuchó un disparo.
El esposo de la mujer, Talaat Saheli Hamze, sorprendido por el sonido salió al porche y no vió nada anormal. Pero fue su pequeña hija, esa inocente niña que también quiso beber agua y pudo ver a su hermanito muerto en el depósito donde su papá guardaba el revólver. Jhonathan había descubierto el sitio y fue allí donde se paralizaron las agujas del reloj.
La tarde se había entristecido y las lágrimas de los padres de la criatura bajaban de sus enrogecidos ojos. Eran cristalinas sus lágrimas, pero amargas, que recorriendo sus mejillas iban dejando las huellas de un dolor que ni el tiempo podrá borrar. Y bajaban como agua de lluvia cuando las nubes las dejan caer. El llanto de la madre conmovió a los vecinos mientras el padre con el niño en sus brazos, desesperado, creyendo poderle salvar la vida a su pequeño, lo llevó a la clínica cercana, pero lamentablemente los médicos de turno no pudieron hacer nada. Su hijo había fallecido.
Sólo 8 años vivió Jhonathan. Tenía una herida de bala en la cabeza producida por esa arma de fuego que su papá guardaba en ese sitio y que su hijo había descubierto. En una entrevista que le realizó la periodista María Alejandra Hernández a los padres del niño, Shaeli confesó que no se había dado cuenta que el revólver estaba en el suelo y tampoco se percató de la herida en la cabeza. Mientras la joven madre dijo que su hijo les había dado mucha satisfacción. “Los hijos son prestados, pero yo no quería que nuestro hijo fuese prestado”. Terminó diciendo la compungida y sollosa madre.
Lamentable lo sucedido a este niño que el pasado 9 de febrero hubiese cumplido sus nueve años de vida. Él Anhelaba ser médico. Así lo manifestaba a su madre a quien también le había dicho que no quería que le hicieran fiesta en su cumpleaños. Y dos días antes de lo sucedido el pequeño Jhonathan había recibido lo que tanto deseaba, un muñeco con las partes del cuerpo humano.
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