lunes, 24 de marzo de 2014

Hospital de Cumaná opera en condiciones deplorables

El diario El Universal resalta en una nota el deplorable estado en que se encuentra el principal centro de salud pública del estado Sucre. El hospital central de Cumaná, llamado comúnmente Huapa por sus siglas, fue una referencia de la medicina moderna en Latinoamérica en 1968, cuando se celebró su inauguración y fue bautizado con nombre de un buen samaritano que fue tío materno del mariscal Antonio José de Sucre. Ahora, en marzo de 2014, es un ejemplo de lo negativo.

El hospital no tiene servicios básicos: el agua potable desaparee a partir del mediodía. Un cirujano no puede lavarse las manos antes o después de practicar una intervención quirúrgica. La antigua planta eléctrica dejó de funcionar en una ciudad en la que se experimentan cortes de luz a diario. Los médicos recurren a linternas y hasta a teléfonos celulares para culminar los procedimientos. Pacientes cardíacos o en terapia intensiva dejan de ser monitoreados mientras dura el apagón.

La mayoría de los aires acondicionados dejó de funcionar y los que se mantienen, en una ciudad que supera los 30 centígrados de temperatura la mayor parte del tiempo, operan de manera intermitente. Usan, cuando desean consultar páginas en Internet, una sola computadora que sólo soporta un sistema operativo lanzado al mercado hace casi dos décadas. La central telefónica se dañó hace 6 años. El personal debe recurrir a primitivas formas de comunicación y asegura que las vidas corren peligro por la simple dificultad de localizar a tiempo a un especialista.

A unos 50 metros de la emergencia, salta a la vista un botadero de basura, cercano, paradójicamente, a la sede principal de Fundasalud y frente a la morgue. Grupos familiares se acumulan en las puertas. De ellos, dice un médico residente que prefiere mantenerse en el anonimato, depende el futuro de los pacientes. Si necesitan algún antibiótico, reactivo, gasas, adhesivos, jeringas o material quirúrgico, son los acompañantes los que hacen recorridos por farmacias en busca de los insumos con los que el Huapa no cuenta.

Hay días en que una sola enfermera se encarga de 48 pacientes. “A veces son más de 80”, dice una levantando las cejas. Dentro, en el área de observación, está Haydeé Flores en coma, intubada, y cubierta por una tela para al menos recrear el tipo de sala en el que debería estar. “Esta persona morirá aquí y no podemos hacer nada. Nos presentamos ante esa disyuntiva: ¿Para qué estudie terapia intensiva? ¿Para ver morir a la gente?”, se pregunta Norka Patiño, intensivista formada en el hospital Vargas.

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